domingo, 3 de julio de 2011

pequeñas anécdotas sobre el bafici

Una mujer mayor de cabello colorado encuentra a una niña muy pequeña abandonada en las afueras de un circo. La escena es seguida por unos jovencitos que se encuentran sentados en la entrada de un caseron antiguo, revoleando una pelota hacia adentro del portón de entrada. “¿Cuándo va a terminar esta cagada?” se pregunta uno de los chicos, de remera deportiva, con cierto fastidio. Los chicos esperan el final de “La Pavellina”, una película italiana que es proyectada en el medio del pasaje Carlos Gardel, entre Anchorena y Jean Jaures, pleno abasto porteño, como parte de la edición numero trece del Festival de Cine Independiente BAFICI. Esperan los créditos con desinterés, jugándose bromas. El film fue muy celebrado por la critica en una edición pasada del festival e incluso fue reconocida por UNICEF al “promover los derechos de los niños” y contener unamirada poética y realista. Los niños del barrio esperan: quieren jugar al futbol y la calle esta repleta de gente viendo una película.

Esta es una de las escenas que pueden verse hasta el 17 de abril en el barrio del Abasto, justo enfrente de los cines del centro comercial que alguna vez supo ser el mercado del abasto, hoy la sede principal del prestigioso festival de cine independiente organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en donde se proyectan películas gratuitas al aire libre los fines de semana. La tarde de sábado otoñal recibe a cientos de personas llenando las sillas que la organización del festival dispuso para seguir las proyecciones. Muchas de ellas sentadas en las veredas, y en las escalinatas de las entradas de las casas del barrio.

“Vengo desde el 2009, saco las entradas anticipadas con el beneficio de ser estudiante, y veo varias por día”, cuenta una veinteañera de anteojos con marcos pronunciados, pañuelo en cuello y agenda en mano, con anotaciones de horarios y nombres de films, sentada en uno de los últimos lugares en el pasaje Gardel. “Le doy mucha importancia a las recomendaciones, un profesor me recomendó Argennot”, contaba la joven estudiante de IUNA, refiriendo a una película alemana que agotó casi todas sus funciones desde días antes de empezar el festival.

En el hall de la entrada principal hacia los cines del shopping se montó un centro de informes y sillones blancos en los costados para las esperas de los concurrentes maratónicos, con lapicera y guía en mano. Allí se puede retirar desde la programación del festival hasta publicaciones alusivas, como un periódico llamado “Sin aliento” que sigue las diferentes opciones del festival. “Mucha gente pregunta que puede ver, vienen varias personas que se nota que no son especialistas y tratamos de orientarlos”, comenta Analia, que atiende en el stand y le toca la parte de las consultas. “¿El Estudiante es buena? Porque tiene todas las entradas agotadas…”, consulta una señora mayor, buscando la película que vera esta tarde. “El Estudiante” y Norberto apenas tarde” (opera prima del actor Damian Hendler) coinciden en el stand que son de las más consultadas, que tienen funciones también en las otras sedes, como son la Alianza Francesa, los cines Cosmos Uba, Arteplex Belgrano y el teatro 25 de Mayo.

La mujer eligió quedarse viendo la proyección de “La Pavellina”. Dice que le hace acordar al viejo cine italiano que veía hace muchos años en los cines de la calle Lavalle. También dice que la niña protagonista es muy parecida a su nieta. La película termina, “pensé que era otra cosa, no me gustan los finales abiertos”, opina. Aplauso cerrado de la mayoría del público. Las palmas más ruidosas son la de los niños del caseron antiguo, que esperan la desconcentración de los espectadores para que la pelota comience a rodar.


“Siento que tengo un proceso de descubrimiento infinito, ¿me entendes?”. Alejandra habla mirando a los ojos, sonriendo y buscando la comprensión y complicidad del interlocutor. Se toca los rulos, se los peina y despeina, quizás buscando las palabras para explicar y hacer comprensible como una joven adolescente de la localidad de Saladillo que vino a Buenos Aires para ser doctora, vivir y trabajar en una sede del Opus Dei hoy sea manager de rock.

Nacida hace 28 años en Saladillo, ubicado a 180 kilómetros al suroeste de la Ciudad de Buenos Aires, vivió allí hasta su adolescencia, cuando egresa del secundario y decide irse a Buenos Aires para estudiar una de las carreras con mas prestigio en su lugar de nacimiento: medicina. “El medico en saladillo tenia mucho peso, el prestigio del pueblo, además con otra carrera pensaba que no iba a tener contacto con la gente, y para mi eso es fundamental”, cuenta. Su acercamiento con la religión y el Opus Dei vino con la familia: “El Opus fue una de las posibilidades para venir del interior, un sacerdote allegado a mi mamá me brindo la posibilidad de poder vivir en la capital en un hogar de ellos, mientras trabajaba ahí y me pagaba la estadía”. Alejandra estuvo el mismo lapso de tiempo viviendo en la residencia y estudiando Medicina: 4 años. La rigidez de esa vida la separaba de muchas actividades de una joven estudiante universitaria suelta en la ciudad, pero al mismo tiempo hoy agradece toda la contención y el ambiente familiar que respiraba. “Estudiaba todo el tiempo así que no me afectaba no salir, igual yo era muy critica, sentía la religión desde otro lado,¿por que no podía estar de short o bermudas?”. De manera gradual, mientras avanzaba con sus estudios en la Universidad de Buenos Aires y se mudaba con una amiga, la vida en el Opus Dei fue cayendo por su propio peso.

La joven manager se concentro esos años en avanzar a paso firme hacia el titulo que cualquier coterráneo de sus pagos respetaría. Desde que llegó de su pueblo a la ciudad con un esqueleto para poder estudiar hasta sus prácticas en las guardias de los hospitales públicos, su verborragia estuvo metida en el mundo medico, solo interrumpida por una crisis vital que golpeo su puerta. Cuenta que fue un proceso largo, que no fue fácil, que luchó contra las faltas de ganas y se obligó a seguir estudiando. “Lo último que hice relacionado a la medicina fue estar en un centro medico donde se trababa muy mal a la gente y veía a la salud como a un negocio, una mierda”, narra con enfado.

Paralelamente fue siguiendo su tendencia al cambio y se le presentaba un mundo a priori muy distinto a los anteriores: el rock. “Conocí por parte de una amiga a un bajista que tocaba en la banda Siberia, fue cuestión de tiempo que se fue dando onda y termine aceptando ser su manager, que fue la excusa para hacer lo que hice siempre: cambiar, elegir”. De esa experiencia, lleva encima desde cursos de producción hasta conocer personas vinculadas al espectáculo musical. “Me sentía libre, como con un nuevo mundo de sensaciones que se me presentaba, era conocer un montón de cosas, siempre con la premisa de comunicar algo”. Sus cambios de vidas le fueron dando nuevos grupos de pertenencia, pero siempre vuelve a Saladillo, único lugar en donde se siente un sapo de otro pozo. “Allí la vida es más finita, la gente se descubrió o no, y se quedó ahí, yo siento que todavía no tengo un objetivo, estoy en búsqueda y si me quedo en un solo lugar me termina asfixiando”. Sus múltiples vidas no se pierden y suman a su dinámica personalidad, escondida bajo un cuerpo frágil y vulnerable. ¿Acaso le temerá a algo? “El único miedo que tengo es que no me alcance el tiempo físico o vital para hacer cosas, ¿entendes?”. Clarísimo: a lo único que teme es a quedarse quieta.